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Improvisar es vivir: el Jazz aplicado a la vida

  • Foto del escritor: Alfredo Carlavilla
    Alfredo Carlavilla
  • 29 ago
  • 4 Min. de lectura
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Hay algo mágico en el jazz que siempre me ha fascinado. El jazz no se toca solo con las manos, se toca con el corazón y con la vida entera. Cuando improviso con mi saxofón, siento que entro en un espacio distinto: un lugar donde no hay control absoluto, donde cada nota se decide en el momento y donde lo inesperado es parte de la belleza. Y con los años me he dado cuenta de que el jazz no es solo música: es una filosofía de vida.

Improvisar en un escenario y en la vida tienen mucho en común. Al igual que en un solo de saxofón, cada día se escribe sin partitura definitiva. Lo único que tenemos es el presente, la capacidad de escuchar y la valentía de dejarnos llevar.


Vivir en el presente: la primera lección del jazz

Cuando toco jazz, no pienso en lo que va a ocurrir dentro de dos minutos. Mi atención está en este compás, en esta respiración, en esta nota. El saxofón me obliga a estar aquí y ahora, porque si mi mente se adelanta o se queda atrapada en un error pasado, la música pierde frescura y el presente pasa.

La vida funciona igual. Muchas veces nos preocupamos por el futuro o nos castigamos por el pasado, olvidando que lo único real es el presente. Improvisar me ha enseñado que lo mejor que puedo hacer es centrarme en lo que está pasando ahora mismo. Cada respiración es una oportunidad para empezar de nuevo, cada día es como un nuevo solo.


Escuchar antes de tocar

En un grupo de jazz, el saxofonista no puede tocar aislado de sus compañeros. La magia sucede cuando escucha al pianista, al contrabajista, al batería… y responde a lo que está ocurriendo. No se trata de imponer, sino de dialogar con la música de los demás.

En la vida, escuchar también es esencial. Escuchar a los que nos rodean, a nuestros amigos, a nuestra pareja, a nuestros compañeros de trabajo. A veces queremos “tocar nuestra propia melodía” sin prestar atención al otro, y eso genera ruido en lugar de armonía. El jazz me ha enseñado que escuchar profundamente es un acto de generosidad, y que cuando lo haces, la vida fluye como un solo en un concierto.


Equivocarse también es música

En todos los conciertos al improsivar siempre hay algunas notas equivocadas (muy bueno tienes que ser para no equivocarte en ninguna nota en una improvisación). Cuando pasa esto lo sabes, podrías detenerte, pero siempre decides seguir adelante con el discurso y darle sentido a la improvisación. A veces una nota equivocada te lleva a otra improvisación que te sorprende.

En la vida, los errores funcionan igual. Muchas veces nos asustan, pero con perspectiva entendemos que forman parte del aprendizaje. Incluso pueden ser el punto de partida para algo nuevo. El jazz me ha enseñado a no tener miedo de equivocarme, porque hasta los errores pueden convertirse en belleza si sabemos integrarlos en nuestra propia melodía vital.


Libertad con responsabilidad

Algunas personas incluidos músicos, piensan que improvisar es tocar cualquier cosa sin reglas. Nada más lejos de la realidad. En el jazz hay una base: una armonía, un ritmo, una estructura. Dentro de ese marco, el músico es libre para crear después de haber estudiado muchas horas para dominar todo esto.

La vida también funciona así. Somos libres para decidir, para explorar, para arriesgar… pero siempre dentro de un marco de respeto hacia los demás, de valores, de principios que nos sostienen. El saxofón me recuerda que la libertad absoluta sin responsabilidad es ruido, pero la libertad consciente y creativa es música.


La magia de lo inesperado

Algunas de las mejores experiencias de mi vida como músico han surgido en momentos totalmente imprevistos: un concierto a última hora sin ensayar, un cambio repentino en un repertorio con un tema que no conoces, tocar con músico que a penas conoces. Lo inesperado no solo no es un problema: a veces es la chispa que enciende algo único.

En la vida, ocurre lo mismo. Los mejores recuerdos no siempre son los planeados. Un viaje improvisado, una conversación inesperada, una oportunidad que surge cuando menos lo esperamos. El jazz me ha enseñado a dejar un espacio abierto para lo que no puedo controlar, porque ahí es donde muchas veces está la magia.


Improvisar es vivir


Hoy, cuando me subo al escenario con mi saxofón en Toledo, en Madrid o en cualquier lugar donde la música me lleve, siento que no solo estoy tocando para el público: estoy compartiendo una forma de entender la vida. El jazz me ha enseñado que vivir es improvisar, que no todo está escrito, y que cada día tenemos la oportunidad de crear algo nuevo, aunque solo sea una pequeña melodía en medio del ruido del mundo.

Al final, improvisar es atreverse. Atreverse a escuchar, a equivocarse, a ser libre y a aceptar lo inesperado. Y creo que esa es la mejor lección que la música me ha dado: que cada vida, como cada solo de saxofón, es irrepetible.

 
 
 

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